Uno de los desafíos más grandes que enfrenta la iglesia hoy en día, es su falta de conexión con las nuevas generaciones. Los jóvenes están buscando experiencias significativas y auténticas, mismas que ya no encuentran en la iglesia, sino que salen a la calle.
En un mundo en constante evolución, donde la tecnología y las redes sociales son parte integral de la vida diaria, la iglesia no puede quedarse atrás; tiene que adaptarse y responder a las necesidades reales del mundo propiedad -ahora propiedad- de las nuevas generaciones. En ocasiones la liturgia (la repetitiva forma de adorar a Dios), el lenguaje arcaico y la falta de relevancia en los mensajes pueden alejar a los jóvenes de participar.
La iglesia no puede quedarse rezagada, aferrándose a formas de adoración y comunicación obsoletas. Muchas comunidades, tanto en las grandes urbes, como en pequeños pueblos, aún siguen utilizando rituales ceremoniosos que pueden parecer confusos y poco atractivos para los jóvenes. La falta de explicación o conexión emocional con estos rituales puede hacer que los jóvenes se sientan desconectados y no les interese experimentar a Dios.
Además, el lenguaje arcaico utilizado en muchos de sus servicios puede ser una barrera para la participación. Las palabras y frases anticuadas, los habitos pasados de moda, la vestimenta poco casual pueden dificultar la comprensión de los mensajes y la identificación con ellos. Los jóvenes buscan ideales claros y relevantes que aborden los desafíos y preocupaciones de su vida cotidiana. Si no encuentran esa conexión en la iglesia, buscarán reemplazos en la vida urbana, en la escuela o donde sea que se relacionen.
Otro factor importante es la falta de relevancia de los mensajes transmitidos. Los jóvenes buscan respuestas a temas actuales que perciben en el día a día. Esperan que la iglesia se involucre activamente en estas cuestiones y no solamente ofrezca un panorama ético sobre acontecimientos milenarios. Si la iglesia no se adapta y aborda estos asuntos actuales, corre el riesgo de resultar desconectada y obsoleta para las nuevas generaciones.
Es fundamental que la iglesia reconozca estos desafíos y busque formas de adaptarse. Lo cual implica cuestionarse sus tradicionales formas de adoración y además escuchar las necesidades y perspectivas de los jóvenes. La iglesia debe ser un espacio inclusivo donde todos se sientan valorados y escuchados, donde puedan encontrar respuestas a sus preguntas los adolescentes, y los no-tan-adolescentes.
La desconexión de la iglesia con las nuevas generaciones es un desafío que debe abordarse de manera urgente. Adaptarse a los cambios culturales, ofrecer una experiencia de adoración relevante y abordar los temas que preocupan a los jóvenes; son pasos fundamentales para reconectar con ellos.
La iglesia tiene la oportunidad de ser un faro de esperanza y guía para las nuevas generaciones, solo debe estar dispuesta a cambiar y adaptarse sin perder de vista sus valores fundamentales. Es importante abordar temas actuales y prácticos, mostrar un compromiso con la justicia y proponer alternativas de transformación.
Los jóvenes de hoy buscan un sentido de propósito y significado. La iglesia tiene las puertas abiertas para abordarlos, solamente tiene que encontrar la manera, pues aunque ha cometido errores, sin duda cuenta con acciones ejemplares, aciertos atinados y un basto catálogo de perfiles destacados, justo lo que buscan los teenagers.